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¡Arboricidio!


Confieso que al escribir la palabra que da título a este artículo, creía que se trataba de un término inventado. Pero resulta que no, que la Real Academia Española de la Lengua la incluye en su diccionario con el significado: “Tala injustificada de árboles”

Así pues, resulta que significa exactamente aquello para lo que se está utilizando. Es más, yo creo que la mayoría de los alcaldes y/o concejales de medio ambiente de la mayoría de los pueblos y ciudades de Andalucía deberían incluirlo en sus currículums de cara a posibles futuros trabajos.

A ellos les pregunto, ¿pero qué os han hecho los árboles a vosotros y porqué suponen una amenaza tan grande para vuestros proyectos de ciudad para que tengáis que ser tan despiadados y crueles con ellos?

Se trata de una epidemia altamente contagiosa que debe propagarse a través de los sillones de los regidores municipales, porque otra explicación no tiene. A lo largo y ancho de toda la comunidad autónoma lo único que parecen tener en común los primeros ediles, sean del partido que sean, es su afán por despoblar de árboles las calles.

¿Acaso molestan, o son peligrosos? ¿No vamos a dar paseos y nos quedamos extasiados contemplando paisajes llenos de árboles? ¿No nos gusta escuchar el rumor de las hojas, disfrutar el frescor de sus ramas, cobijarnos en su sombra?

Entonces, ¿a qué viene todo esto?

Creo, sinceramente, que el problema es no entender lo que los árboles significan y aportan a nuestras ciudades y a su ciudadanía. Vivimos en un mundo acuciado por una emergencia climática que va a ir a más. Dedicamos grandes cantidades de dinero y esfuerzos a idear formas de combatir el cambio climático. Y, en cambio, desaprovechamos la oportunidad que nos brindan estos seres vivos que, desinteresadamente, se ofrecen como una herramienta valiosísima en esa lucha. La flora urbana juega un importante papel en la mitigación de los impactos medioambientales. La de gran tamaño puede absorber hasta 150 kilos de CO2 al año.

En una ciudad de asfalto, cemento y hormigón, poco adecuada a la vida, el bosque urbano es necesario no sólo por su carácter ambiental sino también por su carácter social y psicológico. El daño ambiental que se produciría si se perdiera sería irreversible.

Además, en la mayoría de los casos, se trata de unos árboles que no tienen indicios de estar enfermos ni de tener ningún otro problema, a excepción de estar castigados por las podas mal realizadas, contra las que en repetidas ocasiones nos hemos manifestado desde distintos colectivos, ya sea por su momento inapropiado o por su agresividad.

Es muy fácil colgarse la medalla de la defensa del medio ambiente. Es tremendamente sencillo decir lo verdes que nos hemos vuelto. Pero llevar eso a la práctica es otro cantar.

La realidad es que se talan árboles para entregar las plazas a las terrazas de los bares. Se arruinan espacios que pertenecen al imaginario cultural y social colectivo de la ciudad para convertir en una inmensa losa de hormigón nuestras calles y plazas. Podamos, desmochamos y talamos árboles por el simple hecho de que así se viene haciendo, sin entrar a preguntarnos si es lo correcto o no.

Quizá sea por no recoger las hojas que se caen al suelo, o para que los perretes no tengan donde orinarse. Pero lo que está claro es que sin ton ni son se cortan, arrancan y mutilan árboles por toda la ciudad, por todas las ciudades.

Según la Organización Mundial de la Salud, OMS, se necesita, al menos, un árbol por cada tres habitantes para respirar un mejor aire en las ciudades y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde por habitante. En un estudio de la ciudad de Toronto (Canadá) se reveló que el mero hecho de tener 10 árboles más en una manzana de la ciudad mejoraba la percepción de la salud de sus habitantes. Y lo hacía de un modo comparable a un aumento de 10.000 dólares en los ingresos personales, o a sentirse siete años más joven.

La capacidad de la flora de las ciudades para mejorar el aire es impresionante. Actúa como excelente filtro para contaminantes urbanos y partículas finas. Absorbe el dióxido de carbono, principal causante del calentamiento global, a la vez que libera oxígeno. También reduce la contaminación acústica, que queda atenuada por los follajes, aumenta la biodiversidad urbana, contribuye a la regulación térmica (puede ayudar a enfriar el aire entre dos y ocho grados), con lo que puede llegar a reducir en verano la necesidad de aire acondicionado en un 30% y las facturas de calefacción en invierno entre un 20% y 50%. Los árboles de las ciudades sirven además para regular el flujo del agua y desempeñar un papel clave en la prevención de inundaciones y en la reducción de riesgos de desastres naturales. Un árbol maduro de hoja verde permanente, por ejemplo, puede interceptar más de 15.000 litros de agua al año. Y todo ello por no hablar de los estudios que afirman que vivir cerca de espacios verdes urbanos puede mejorar la salud física y mental además de que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) señala que ayudan a revalorizar el área, ayudando a conseguir un rédito de hasta un 20% añadido.

Pero todo ello no es suficiente para que quienes deberían de ser los encargados de velar por su bienestar y el de toda la ciudadanía, los sigan viendo como adornos. Como un jarrón que podemos quitar o poner a nuestro antojo sin más mérito que provocar una estampa bonita. O entendemos que la vegetación en las ciudades debe ser considerada como una infraestructura más, como hemos defendido desde Verdes Equo en innumerables ocasiones, o estaremos perdiendo y desperdiciando un recurso valiosísimo para mejorar el bienestar de la gente, su salud y calidad de vida.

Cuidemos nuestros árboles y plantas. Es más difícil que colgarse medallas, pero es mucho más gratificante y beneficioso.

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