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El Cambio Social


 
Se acercan unas nuevas elecciones y de nuevo volvemos a quedarnos en la cáscara. Apenas se busca el aplauso fácil de los ya convencidos y ni rastro de propuestas a largo plazo que analicen el cambio de modelo que necesitamos. Sin darnos cuenta de que la solución a los problemas urgentes, a la resolución de la cotidianeidad, pasa necesariamente por un cambio en profundidad en la estructura social que tenemos y en la red de consumo que hemos tejido.

Es importante convencer a la ciudadanía de la importancia del cambio hacia un modelo más ecológico y de su relevante papel en conseguirlo, pero no podemos hacerles elegir entre avanzar hacia ello o sobrevivir. No podemos pedir, a aquellos que ya sufren carencias a diario, que las vean incrementadas y se sacrifiquen por un mundo mejor cuando ven como quienes más han contribuido a la situación no asumen las responsabilidades derivadas del modo en que han hecho sus fortunas.

El aumento de la riqueza, el desarrollo tecnológico, el llamado progreso de la humanidad, no solo no ha contribuido a crear una sociedad más justa, sino que en lo único que ha triunfado ha sido en generar más desigualdad, en aumentar la brecha social y en convertir a una inmensa mayoría en meros consumidores que intentan saciar su “infelicidad” a base de gastar y derrochar, dirigidos por aquellos que se enriquecen con ello y que solo permitirán los cambios que les aseguren seguir manteniendo su posición privilegiada.

La destrucción que conlleva el agotamiento irremediable de los recursos y la lucha por su control tendrá, como ya estamos viendo, peores consecuencias para la inmensa mayoría de la ciudadanía, la misma que viene pagando la factura de un modelo abocado al fracaso por la propia imposibilidad material de mantener un nivel de explotación muy superior a la capacidad natural de reposición de los mismos recursos imprescindibles para continuar con el aumento exponencial de fabricación y consumo.

Muchos ya hemos llegado a la conclusión de que es necesario, y hasta urgente, reducir el consumo que está destruyendo nuestro planeta y agotando los recursos. Pero, en cambio, nos vemos obligados a seguir trabajando y consumiendo al mismo ritmo dentro de esa cadena depredadora, contribuyendo, directa o indirectamente, a la destrucción.

Estamos atrapados por una red que nos hace cómplices dejándonos leves resquicios al lavado de conciencia que nos brindan acciones puntuales y que intentan pintar de verde una realidad que por momentos se hace más visible que no podemos alterar. Al menos, así no.

Y lo hacemos para intentar garantizar unos mínimos vitales, para nosotros y nuestras familias. Por eso es tan importante que ese nivel de vida básico sea garantizado por otros medios. Que todas las personas tengan asegurado un acceso mínimo, básico, a alimentación, salud, abrigo, educación, nos hará más libres e independientes y podremos decidir no seguir participando de la destrucción del mundo a la que nos conduce el sistema actual y la codicia de unos pocos, buscando así la felicidad y el desarrollo personal en ser, solo y con los demás y nuestro entorno, y no en tener, como nos empuja la sociedad con superdesarrolladas herramientas como son la mercadotecnia, la publicidad, el estatus social…

Una garantía de elementos básicos que tiene que ser gobernada por la ciudadanía, como un derecho, y no por los poderes económicos que lo convertirían en poco menos que una limosna.

La transición desde la sociedad consumista que tenemos a la sociedad solidaria que queremos
no pasa solo por un cambio de modelo energético o económico, que también, sino sobre todo por un cambio de modelo social, que no excluya a nadie y que garantice unas condiciones de vida mínimas a todas las personas por el mero hecho de serlo. De otro modo la transición se hará, pero será dirigida por los poderes económicos y las grandes corporaciones y solo servirá para garantizarles los beneficios por muchos años más, sin importar que para ello tengan que seguir convirtiéndonos en esclavos de sus dictados consumistas y promesas de falsa felicidad basadas en el derroche y la tecnología dirigida, haciéndonos, como siempre, a los más desfavorecidos, los paganos de una crisis ecológica de la que todos somos responsables, pero de la que sin duda no todos somos culpables en la misma medida.

El golpe de mano de la sociedad, que permita realmente un cambio profundo en las estructuras que tenemos, tendrá que venir guiado por la ciudadanía y no podrá ser ni violento ni abrupto, pero ni se puede demorar más ni nos podemos permitir que sea inconstante. Necesitamos conciencia, responsabilidad y actitud.

El cambio no vendrá porque alguno de nosotros pase a estar en el selecto grupo de personas que tienen un “I-Phone 36”, ni de que lo pueda tener todo el mundo, sino de que podamos vivir sin él y nos demos cuenta de que tampoco lo necesitábamos.
            
            Y todo lo demás es darle vueltas sin solucionar nada.

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