Vivimos en la sociedad más rica que el
hombre haya conocido jamás y a la vez en la que más desigualdad, pobreza y
sufrimiento genera.
El sistema está basado en la centralidad de
la economía y en la necesidad del crecimiento permanente. Se potencia el
egoísmo, la individualidad, la competición por tener. Trabajamos para llegar a
ser mejores consumidores. Nos convencen de que tenemos que luchar con los que
tenemos al lado para conseguir falsas cotas de bienestar basadas en la posesión
material con el argumento de dar el salto a otra clase social en lugar de
cooperar para que toda la sociedad se desarrolle rompiendo así la conciencia de
clase a la vez que destrozan el sistema de servicios públicos, verdaderos garantes
de la igualdad y la cohesión social.

Gracias a ello y a la enorme crisis
ecológica que padecemos debido sobre todo a vivir en un sistema que se basa en
el crecimiento continuo, usando para ello un planeta con unos límites definidos
y con unos techos de producción de materias primas ya bastante cercanos si es
que no se han alcanzado ya, en estos momentos podemos decir que nos acercamos a
un punto de colapso.
Se impone dar un vuelco a esta situación.
Que la gente pueda reconquistar el control sobre todo aquello que le permite
vivir y tener unas condiciones de vida dignas. Los bienes comunes no pueden ser
el negocio de unos pocos y el lujo inalcanzable de muchos. Es inaplazable
demostrar que si no conseguimos que la razón impere en el modo en que
gestionamos el planeta, éste dejará de ser suficiente y la pobreza, la
desigualdad y la violencia por ellas provocada acabarán extendiéndose por
doquier y cuyas consecuencias ya empiezan a apreciarse ostensiblemente.
Ante esto solo cabe una propuesta. Hace
falta una revolución. Y ésta debe venir de quienes necesitan que se les
devuelva la capacidad para decidir sobre sus vidas y su futuro. Estamos hartos
de que el sistema nos obligue a ser meros esclavos. Esclavos de un amo
denominado mercado, manejado con mayor o menor disimulo por las grandes
corporaciones industriales mundiales.
La globalización ha resultado ser una
herramienta para agrandar el mercado disponible para las empresas, en ningún
caso hemos “empequeñecido” el mundo para igualar las condiciones de vida. Los
países ricos siguen siendo ricos, y cada vez más desiguales, y los países
pobres son aún más pobres, esquilmados por la explotación de sus recursos por
parte de las empresas del mundo rico y ahogados en las inmensas deudas que han
tenido que contraer, después de una colonización que los dejó en la más absoluta
ruina.
Así, los ciudadanos solo tenemos un camino
posible. Después de ver que las instituciones trabajan para los grupos de
presión (los famosos lobbies), que lo que creíamos democracia se ha convertido
en un espejismo del que no nos dejan salir intentando convencernos de que es
por nuestro propio bien. Cuando vemos que el ciclo de crisis que el capitalismo
impone como algo natural y rutinario nos lleva cada vez con mayor énfasis a una
situación de deterioro social en el que solo parece que podamos tener derecho a
aquello que podemos comprar. Después de asistir impotentes a ver cómo nuestros
gobiernos salvan una y otra vez a las empresas que nos han hecho caer en una
situación sólo soportable gracias a la solidaridad entre personas mientras no
mueven un dedo por evitar los desahucios y la pobreza que los “salvados” han
provocado.
Ante todo esto, repito, solo cabe una
solución. Hace falta una Revolución.
Una revolución que traiga una verdadera
democracia, construida desde abajo, que haga que la sociedad garantice unas
mínimas condiciones de vida a todos sus miembros. Que acabe con la corrupción y
el clientelismo en política. Que tenga en cuenta los límites del planeta y su
necesaria conservación para las generaciones futuras. No se trata de tener
soluciones mágicas o de apelar a simples cambios de las caras que gobiernan.
Tampoco obtendremos la solución de promesas populistas y “facilonas” que solo
buscan el éxito inmediato apelando al corazón y tapando los ojos ante la crisis
sistémica que padecemos cargando contra las caras visibles del sistema en lugar
de hacerlo contra el sistema en sí. Se trata de que realmente los ciudadanos
seamos quienes decidamos lo que queremos hacer y cuando y cómo lo hacemos.
La justicia social, la equidad, la igualdad
de derechos, la sostenibilidad representan la profundización de la democracia
que tanto reclama la sociedad.

Y si queremos saber el verdadero poder que
estas ideas tienen solo tenemos que ver las consecuencias que despiertan. El
bloqueo sistemático de nuestras propuestas en los medios de comunicación
controlados por las grandes corporaciones, demuestra que las sienten como una
amenaza real. El menosprecio a las ideas ecologistas intentando reducir su
ámbito a “cuatro pájaros y plantas” va encaminado a cerrar la llegada a otros
campos tan importantes en nuestra visión de la sociedad como el paro, la
energía o los servicios sociales y la participación ciudadana.
Para valorar el poder revolucionario de una
idea sólo tenemos que analizar los esfuerzos que el poder establecido hace para
que sea engullida por el sistema. Se trata de utilizar una estrategia de
manipulación para conseguir su desactivación. La ecología o la sostenibilidad
son términos que el liberalismo ha introducido en su ideario con el fin de
desactivar la capacidad revolucionaria que tienen, tratando de reducirlas a
meros conceptos faltos de profundidad, cuando significan todo un cambio en el
modelo actual.
Lógicamente el camino no va a ser fácil. No
olvidemos que se trata de derribar las estructuras de poder y bajar de sus
pedestales a todos los que hasta ahora han venido disponiendo de personas y
medios para hacer y deshacer a voluntad, haciéndonos pagar las consecuencias y
empobreciendo a la mayoría para asegurar su posición. Tampoco podemos
despreciar la fuerza de aquellos que son felices siendo “esclavos” y que se
conforman con la baga promesa de llegar algún día a poseer más, engañados con
la idea de que la felicidad se alcanza con la posesión material.
Por eso no cabe la adaptación del sistema. La
propuesta de la ecología política pasa por acabar con él y poner en marcha uno
nuevo que ponga a la economía en su sitio, es decir, como herramienta que el
ser humano use para acabar con la injusticia y la desigualdad. Buscamos una sociedad
mucho más cooperativa, solidaria y, por supuesto, mucho más rica.

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